Xibalbá el Camino Iniciático



El Popol Vuh como vía de iniciación y renovación, contiene, entre otras cosas, la narración pormenorizada de un descenso a los infiernos psicológicos en busca de la sabiduría que permite la activación de niveles de conciencia superiores en el ser humano.

El conocimiento esencial o trascendental solamente puede obtenerse en la dimensión subterránea de la realidad, es decir, en el inframundo. Así, el conocerse a sí mismo, llegando a  ver los procesos que se desarrollan en la profundidad del subconsciente, es imprescindible para el nacimiento o renacimiento interior. Es una vivencia que cada persona tiene que llevar a cabo en su recorrido por el camino del autoconocimiento y desarrollo psíquico. El descenso a las propias infradimensiones es indispensable, viene recogido en todas las mitologías y enseñanzas tanto de oriente como de occidente, y en algunas de ellas, como es el caso de la mitología maya, con detalles y concreciones que sorprenden.

La historia de Ahpú, su muerte, su regreso y la renovación por sus hijos Hunahpú e Ixbalanqué fue la metáfora principal para la renovación de la vida y el triunfo sobre la muerte. El maíz, la planta cultural más importante de los pueblos mesoamericanos, fue la base de este mito de vida, muerte y renacimiento y la relación entre hombres y seres divinos, o entre el hombre y su propia parte divinal.

El Xibalbá no es solamente el lugar o estado por el que transitan las almas de los difuntos. Es también y fundamentalmente una dimensión interior que conlleva el ingreso en ciertos estados de conciencia. Así, el Popol Vuh no muestra solamente el camino del alma que ha desencarnado, sino también el camino de la iniciación en vida que lleva al nacimiento interno o espiritual, un camino interior que lleva a la creación de un “nuevo hombre”. Puede considerarse el libro fundamental de los mayas, tanto a nivel cosmogónico como en el sentido de ¨código críptico¨ o guía en clave para el caminante interior, con un valor similar al que tenía la Odisea de Homero para los antiguos griegos.

Así pues, encierra la enseñanza que conduce al desarrollo interno, al desarrollo del alma, y en este sentido, no se trata de recorrer una sola vez el camino hacia Xibalbá, sino de descender una y otra vez a nuestro interior, descubrir y eliminar de nuestro infraconsciente energías negativas, transformándolas en luz, y regresar a nuestra superficie para seguir viviendo un poco más conscientes cada vez. A medida que el alma-conciencia cobra fuerza, el descenso será más profundo y más fructífero. 

Cada elemento del mito de los gemelos divinos tiene una realidad psíquica interior, nos está mostrando el camino hacia nuestro propio inframundo y las diferentes pruebas con las que aquel que inicie el descenso se enfrentará. Xibalbá es el mundo ligado a nuestro subconsciente. El descenso es una transición desde el mundo material a lo psíquico, a lo invisible, donde moran las causas y móviles de la existencia. Es el “mundo del más allá”, pero no solamente más allá de la muerte, sino también más allá de las formas, de la personalidad, del limitado mundo de los cinco sentidos. Es una dimensión a la cual hay que descender, y así nos lo muestra la mitología universal. Muchos son los héroes e incluso dioses que descienden al mundo ¨subterráneo¨ por diferentes causas. Incluso hay ciertos lugares sobre la superficie de la tierra que son puertas hacia ese mundo del más allá, como por ejemplo la Cueva de Plutón o Plutonio en Eleusis, Grecia, o los hallazgos en Yucatán referidos anteriormente y los cenotes sagrados de los mayas.

Cuando se anhela un tipo de desarrollo superior, el alma- conciencia tiene que “bajar”, “descender” al propio Xibalbá interior, al inframundo psíquico, a los niveles inconscientes en búsqueda  de una mayor conciencia,  porque lo  que se  ve encubre lo que no se ve y allí tiene su causa. Las auténticas causas de todo lo que somos y vivimos no se encuentran en este mundo tridimensional sino en niveles sumergidos de nuestra psiquis. Allí se encuentran los actores reales de nuestra vida, la comprensión del mundo y de nosotros mismos adquiere otro nivel, y se empieza a tomar conciencia de la multitud de ener-gías de todo tipo que conforman el mundo psíquico y que provocan todo lo que conocemos como “visible”. La enseñanza profunda que encierra este mito de los gemelos divinos es el aprendizaje de vivir desde la profundidad, y desde allí ver que todo lo que existe y lo que somos, pensamos, sentimos y hablamos es una proyección, es proyectado por ciertas energías que actúan en niveles más profundos. Nos enseña a no identificarnos con el mundo material como si fuera lo único existente, cuando realmente es un débil reflejo de lo real, como la luz del sol que vemos es solamente el pálido destello del resplandeciente rostro de Kinich Ahau, el Sol espiritual. Esta es la base de los ritos mistéricos o Misterios, los cuales incorporaban la experiencia de la muerte como iniciación; el aspirante a iniciado tenía que vivir en la vida la experiencia de la muerte, no era alguien que esperara a morir físicamente, moría aquí y ahora psíquicamente, y esa experiencia le convertía en un renacido.

Los héroes gemelos del Popol Vuh son nuestra propia alma-conciencia descendiendo a nuestro inframundo, luchando y superando las pruebas, eliminando las energías negativas que allí se encuentran, llevando la luz a la oscuridad, haciendo consciente lo inconsciente y retornando a la superficie transformados en soles, en luz. Para llevar a cabo estos procesos de transformación psíquica, hay que superar determinadas circunstancias, las denominadas “pruebas” que se presentan durante el camino y en la región sumergida de nuestra propia psiquis. Se trata de una experiencia personal y trascendente.




Rubén González e Inés Martín



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